Por Alberto Farías Gramegna
“Elegir racionalmente un camino, para que la libertad deje de ser un temido fantasma y en los laberintos queden
atrapados sólo los virus” – Albert Relmu
Hoy un fantasma nuevamente recorre Europa (…y el Mundo entero) y no es el comunismo, como querían Marx y Engels en el “Manifiesto…”. El COVID-19, el coronavirus que encarna el “Cisne Negro” del momento, acapara todos los titulares y los consiguientes miedos, amenazando la salud y la economía planetaria. Pero otro fantasma, el miedo a la pérdida de la libertad, el conflicto entre el deseo y la restricción interna o externa, inevitablemente también está presente. La libertad es la capacidad que tenemos de ordenar las prioridades de nuestras necesidades, y la primera es la libertad misma para decidir aquel orden. Libertad para ejercerla o para degradarla; para luchar por la racionalidad o para alentar la sinrazón; para generar pandemias o para preservar un entorno eutópico. Lo cierto es que la Libertad, que no el “Destino”, es nuestra condición de ser-en-el-mundo. Por eso hablar de nuestras actitudes responsables o irresponsables ante una pandemia que agita el fantasma de la muerte, es también hablar de la libertad para elegir un camino en tiempos del coronavirus. Luis Buñuel en “Le fantôme de la liberté”, nos interroga
acerca de qué hacer con la libertad a la que “estamos condenados”, diría Jean Paul Sartre. Y Oscar Wilde,
con su “Fantasma de Canterville”, no da una pista: asustar al fantasma.
Distopías, pestes y literatura
Entre 1351 y 1353 Giovanni Boccaccio, escribe el “Decamerón”, que comienza una descripción de la “peste
bubónica”, la llamada “Peste Negra” que azotó a Florencia en 1348. En 1910, con “The Scarlett Plague” (La
Peste Escarlata) Jack London ficciona un 2013 distópico, ya que en las grandes ciudades del planeta estalla
una peste terrible que se propaga rápidamente por todo el mundo. Al no haber vacuna conocida, las
poblaciones intentan emigrar, acosados además por los pillajes y la violencia. La historia describe una
situación apocalíptica, apuntando a mostrar la fragilidad que subyace a toda civilización e inaugura el género
catástrofe en el siglo pasado, continuado luego por escritores como G. Stewart con “La Tierra permanece”
(1949) ; C. Mc Carthy con “La carretera” (1946) ; Michael Crichton con “La amenaza de Andrómeda”
(1969) o Stephen King con “The Stand” (1978) . Pero ya la mítica Mary Shelley en 1826, publica “El último
hombre”. Y una mención aparte merece “La peste” de Albert Camus, publicada en 1947, que enfatiza la
premisa de la moral y la honestidad, en una ciudad en cuarentena donde las medidas precautorias que son
tomadas, a medida que la peste se expande alteran el equilibrio psicológico de la población, sometida a un
terrible estrés. Como se ve, nada nuevo: las pestes son una amenaza recurrente que acompaña a la
Humanidad desde su origen, y la literatura lo ha reflejado una y otra vez.
Los miedos y nosotros
En “El miedo a la libertad”, Erich Fromm muestra la lucha del hombre por ser él mismo, cuando el miedo es
el argumento de la razón y la prisión del corazón. El miedo es la conducta autodefensiva de los animalessuperiores por antonomasia, la respuesta al peligro posible, a la injuria física o psicológica. El miedo humano es la resultante de nuestra condición de criaturas incompletas, falibles, vulnerables, y de nuestra necesidad de ser reconocidos y aceptados socialmente. Pero, en ocasiones, también un efector de alienación, negación y parálisis. Frente a un peligro real es mucho más útil la prevención activa que el temor pasivo. Por eso se trata de ocuparse más que pre-ocuparse. No tener miedo, sino cuidado. El miedo puede deshumanizar y al mismo tiempo puede ayudar a reconocer la real dimensión de una amenaza. En su nombre se puede vender el alma y denigrar al semejante. Es tan inicuo tener miedo de vivir responsablemente con uno mismo como patológico desestimar toda amenaza real en nombre de la omnipotencia temeraria. Sociedades escépticas como la nuestra, ante una amenaza como la que hoy conmueve al mundo, suelen pasar de la negación y la desestima al pánico y la parálisis. Ninguna de las dos actitudes son eficaces ni operativas, y ambas pueden ser peligrosas, porque hacen que el individuo pierda efectividad ante un problema que lo sorprende.
Psicología de la “cuarentena”
La ruptura de las rutinas cotidianas que nos dan seguridad pese a la alienación que implican, genera un
malestar psicofísico porque nos impide funcionar en “modo automático”. Modificar nuestras agendas en un
entorno “nuevo”, como la propia casa transformada en una “institución total” al pasar en ella las 24 horas
por el confinamiento obligado, genera una vivencia de “desalienación” en la mayoría de las personas, que
obliga a “mirarnos desde fuera de nosotros mismos”, en un contexto diferente que debemos “introyectar”
para adaptarnos activamente y poder manejarlo.
Este proceso es temporal y finalizado, retomaremos rápidamente nuestra “identidad histórica”, que lleva la
impronta de la convivencia-en-la-exterioridad comunitaria. La auténtica libertad consiste en reconocer un
hecho exterior indeseado y confrontarlo con nuestras herramientas para cambiarlo, desecharlo o
simplemente aceptar su existencia, lo que no implica resignarse ante su esencia deletérea. Hoy la aparición
del COVID-19 resulta una doble amenaza para el hombre: a su salud y a su libertad. La primera porque
enferma y, si se dan ciertas condiciones de pre-morbilidad, puede matar, y la segunda porque para luchar en
su contra, inevitablemente debemos resignar nuestra cotidianeidad, al tiempo que compensamos aumentando
la comunicación a través de la virtualidad de las redes sociales. El repliegue sobre el entorno privado para
evitar la propagación indefinida del virus es el único camino, porque aún no hay alternativa al aislamiento
físico. Tal como dice Relmu, se trata de elegir racionalmente un camino, para que la libertad deje de ser un
temido fantasma y en los laberintos queden atrapados sólo los virus.